Si siempre haces lo que siempre has hecho, siempre
conseguirás lo que siempre has conseguido.
David me recordó la verdad
implícita en esta afirmación. Cada día de trabajo, el despertador de David
sonaba exactamente a las 6:30. Ponía a hervir agua para el té y se sentaba en
la mesa de la cocina mientras esperaba que el agua hirviera. Le llevaba una
taza de té a su esposa, y a continuación se afeitaba y se duchaba mientras su
esposa se levantaba. Después de desayunar sus cereales preferidos, que eran los
mismos desde que era niño, cogía el autobús a las 7:53 para dirigirse al
trabajo, lugar al que llegaba antes que el resto del personal, para dar buen
ejemplo.
Durante más de medio siglo había
permanecido en el mismo departamento, y aunque en su trabajo ahora tenía más responsabilidad
y un salario más elevado, él explicaba que seguía haciendo lo mismo, “remover
papeles por la mesa”. Cada mediodía abandonaba su puesto de trabajo a las
13:00, se dirigía a su café favorito, al que llegaba exactamente a las 13:07 y
donde ya sabía que tenía una mesa reservada con el pedido ya realizado
consistente en un sándwich de ensalada de pollo y una taza de café.
Cuando hablamos de sus hábitos
durante el fin de semana, David me explicó que los sábados él y su esposa
ponían el despertador a las 7:30 para poder dormir. Después de prepararse un té
se afeitaba, se duchaba e iba con su esposa a hacer la compra, para
posteriormente dedicar todo el día a merodear por la casa haciendo un poco de
todo.
“¿Y qué hace los domingos?”, le
pregunté.
“Pues bien, siempre salimos fuera”,
me respondió.
Aprovechando ese resquicio de luz
que parecía verse al final del túnel, inquirí: “¿Y dónde vas ustedes?”.
“Bueno, a mi café favorito”,
contestó. “Allí tomamos un sándwich de ensalada de pollo y una taza de café”.
No me sorprendía que David estuviera
deprimido, puesto que ilustraba a la perfección el principio: si siempre haces lo que siempre has hecho,
siempre conseguirás lo que siempre has conseguido. Cuando empezamos a
analizar cómo podía modificar este principio en aras a cambiar sus experiencias
y el modo en que se sentía, David se sintió inseguro, vacilante e incluso
temeroso, lo cual era natural, puesto que no sólo era una forma de actuar
familiar para él, sino que también propiciaba que tuviera una vida equilibrada
y estable. Era funcional en la medida en que limitaba el riesgo de que
sucedieran cosas inesperadas, pero al mismo tiempo limitaba sus posibilidades
de disfrute.
Al debatir los pequeños pasos que
podía dar para iniciar el proceso de cambio, David planteó diversas
sugerencias, aunque él sabía que el cambio tenía que producirse a su ritmo.
Pese a que deseaba modificar sus hábitos matinales, coger un autobús distinto y
sentarse en otra mesa en su café favorito, rechazaba por completo mis ideas respecto
a llevar extraños calcetines de colores al trabajo, llegar tarde una mañana o
probar acudir a un bar diferente, por lo menos al principio.
Cuando empezó a examinar si realmente disfrutaba con lo que estaba
haciendo hasta ahora, y qué es lo que debía hacer para cambiar, comenzó a
experimentar unas emociones más positivas. Poco después él y su esposa
empezaron a frecuentar distintos bares, a probar distintos menús y a efectuar
pequeñas excursiones los domingos. Un día, cuando acudí a recoger la correspondencia,
quedé gratamente sorprendido al encontrar una postal de David explicándome que
estaba junto a su esposa disfrutando de un fin de semana en una pequeña
ciudad costera. Incluso se había tomado un día libre en el trabajo para alargar
el fin de semana.
En ocasiones los cambios pueden
parecer difíciles, o incluso exagerados, y cabe que despierten cierta
reticencia. Sin embargo, David aprendió que si se efectúan pequeños cambios, de
una forma gradual, al ritmo que marca la propia persona, pueden abrirse
perspectivas de disfrutar de nuevas experiencias y nuevas posibilidades.
David pudo entender el adagio que
aparece al principio de esta historia, y que un colega mío ha elaborado un poco
más para repartirlo entre sus clientes, y que dice:
Si siempre haces lo que tienes que hacer,
siempre obtendrás lo que ya has obtenido,
Así pues, para variar haz algo distinto
y actúa de modo distinto para el cambio.
Burns, G. W. (2003). El
empleo de metáforas en psicoterapia.
101 Historias curativas. Editorial Masson.
otro gran aporte, muy interesante y constructivo, a quien no le ha pasado esto en algún momento de su vida, si que es verdad que a veces dejamos pasar la vida haciendo y consiguiendo lo mismo…y luego volvemos la mirada atrás y sientes como no has aprovechado los momentos, por eso a partir de ya!, empecemos con el cambio…un abrazo
ResponderEliminarGracias Pedro por dejar tu comentario. Un abrazo!
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